En una ocasión me preguntaste:
-¿Qué es la poesía?
¿Te acuerdas?
No sé a qué propósito había yo hablado
algunos momentos antes de mi pasión por ella.
-¿Qué es la poesía? -me dijiste.
Yo, que no soy muy fuerte en esto de las
definicioneste respondí titubeando:
-La poesía es..., es...
Sin concluir la frase, buscaba inútilmente
en mi memoria un término de
comparación, que no acertaba a encontrar.
Tú habías adelantado un poco la cabeza
para escuchar mejor mis palabras;
los negros rizos de tus cabellos,
esos cabellos que tan bien sabes dejar
a su antojo sombrear tu frente, con un
abandono tan artístico, pendían
de tu sien y bajaban rozando tu mejilla
hasta descansar en tu seno; en
tus pupilas húmedas y azules como
el cielo de la noche brillaba un punto
de luz, y tus labios se entreabrían
ligeramente al impulso de una
respiración perfumada y suave.
Mis ojos, que, a efecto sin duda de
la turbación que experimentaba,
habían errado un instante sin fijarse
en ningún sitio, se volvieron
entonces instintivamente hacia los tuyos,
y exclamé, al fin:
-¡La poesía..., la poesía eres tú!
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