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jueves, 10 de noviembre de 2011

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Desde pequeño, mi padre me ha dicho que la vida es difícil, que tengo que hacerme fuerte, y hacerme día a día un poco más grande, para poder dejar atrás todas esas pequeñas indiferencias y todos esos problemas que la vida nos pone. Aprender a vivir las mil y una sensaciones que podemos llegar a tener dentro de nuestro pequeño corazón, aprender a disfrutar cada momento, cada sonrisa, cada beso, cada mirada, cada caricia, cada abrazo, cada consejo, cada segundo, de todas aquellas cosas buenas que también nos puede proporcionar la vida, porque no son sólo malos momentos, también están los buenos. Por los que merece la pena levantarse después de una caída, y por los que darías un trocito de tu pequeño corazón desenfrenado. Porque dentro de él, caben miles de cosas. Miles de recuerdos, miles de razones, miles de sentimientos, y tal vez provocados por tan sólo esa persona, a la cual le pertenece tu corazón entero. También me dice que tengo que empaparme de la felicidad inesperada que aparece por casualidad, por un simple tropiezo o tal vez, sólo tal vez, por que el destino lo exige; para así superar aquello que nos duele, superarlo con la cabeza bien alta, superarlo con creces, superarlo de un sólo salto, o simplemente superarlo que ya es suficiente. "Que en esta vida, hay de todo..."me dice también mi padre, tendrás que aprender a recordar, pero también a no hacerlo; porque créeme, de algunas cosas será mejor no acordarse. En esas situaciones aíslate, y dedícate a escuchar los latidos de tu joven y aún audaz corazón, y olvídate del mundo, y de cada problema que lo pisa. No intentes aguantar tu dolor, rompe a llorar si es necesario, y grítale al cielo lo que de verdad sientes, mientras intentas alcanzar el reflejo de la luna en tu cristal. Pero sobretodo, no te compliques la vida... que es demasiado corta para desaprovecharla, y demasiado dura, para ponerle más problemas de los que de verdad tiene.

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